Época: Siglo XVII: grandes
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1660

Antecedente:
Monarquía hispánica



Comentario

Don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares y duque de Sanlúcar la Mayor, sería el nuevo hombre fuerte del Gobierno hispano durante la mayor parte del reinado del siguiente rey, Felipe IV, pues, aunque no le faltaban cualidades para poder ejercer personalmente el mando, éste prefirió depositar toda su confianza en el valido, dándole en consecuencia las riendas del poder. Así pues, el fenómeno del valimiento siguió cobrando importancia en menoscabo del protagonismo de la Corona, cuyo titular claudicó muy pronto como dirigente político, dedicándose casi enteramente a disfrutar de la vida cortesana y los placeres culturales a los que tan aficionado era, aun a costa de tener ciertos remordimientos por su actuación y por los graves problemas que se iban a suscitar durante su reinado, sin que fuera capaz de cambiar su comportamiento ni de atajar las dificultades.
No obstante, el rumbo de la política española sí que cambió pues la personalidad de Olivares era muy distinta a la de Lerma o a la de Uceda, teniendo una talla de estadista que éstos no tuvieron y unos objetivos, en exceso ambiciosos, que contrastaban con la mediocridad de los planteamientos de los anteriores validos. A grandes rasgos, la política de Olivares se orientó hacia los siguientes objetivos: reforzar el poder estatal, que implicaba llevar a cabo una serie de reformas administrativas que acabasen con la corrupción y pusieran orden en la gestión burocrática; acentuar la centralización de decisiones y la unificación del territorio, exigiendo una mayor participación de todos los componentes en los destinos comunes y también la contribución material y humana correspondiente; moralizar la sociedad española y racionalizar el ordenamiento estamental para que los diferentes grupos actuaran de acuerdo con sus funciones; una proyección exterior de grandeza que convertiría a la Monarquía hispana en gran potencia mundial.

Desgraciadamente para Olivares, la situación que atravesaba España por aquellos tiempos no era la más idónea, ni mucho menos, para la realización de sus objetivos. El choque entre lo que se quería y lo que se podía hacer por entonces iba a ser muy fuerte, terminando por provocar la caída del conde-duque. Pero a pesar del fracaso de su política, muchos planes renovadores se intentaron poner en práctica, aunque la mayoría de ellos no pasaron de la fase inicial a la hora de su realización. En los primeros años de su mandato Olivares efectuó una verdadera purga en el anterior equipo dirigente, ordenando castigos ejemplares para demostrar que pretendía acabar con la corrupción generalizada existente, a la vez que hacía suyos los capítulos de reformas que al final del anterior reinado se plantearon como posibles remedios para dinamizar de nuevo la vida nacional, abarcando éstos cuestiones de todo tipo (económicas, sociales, políticas, morales...).

Las oposiciones se hicieron sentir desde muy pronto, lo que unido a las crecientes dificultades de financiación y a la ausencia del personal idóneo para llevar adelante su programa de gobierno, contando además con los muchos rechazos que la propia figura del valido suscitaba tanto por su arrogancia como por su encumbramiento, explica la paralización de los cambios y el surgimiento de los problemas internos, que la ambiciosa política exterior de Olivares no hizo sino agudizar e incrementar. La presión sobre los grupos privilegiados para que ayudasen más a los gastos estatales, el aumento de la carga fiscal sobre las clases humildes, la petición de dinero y hombres a los distintos reinos que formaban la Monarquía hispana, la venta de cargos y de tierras de realengo, las manipulaciones monetarias que tanto daño iban a producir en la economía española, en fin, todo cuanto pudiera servir para recaudar fondos que posibilitasen los planes de grandeza exterior sería utilizado. Las nefastas consecuencias de estas disposiciones gubernamentales no tardarían mucho tiempo en hacerse notar, alcanzándose en la década de los cuarenta una crítica situación de la que fueron buena muestra las agitaciones, revueltas y rebeliones que estallaron por doquier, amenazando con romper en múltiples pedazos el complejo entramado del Estado absolutista montado con tantas dificultades desde tiempo atrás.